martes, 15 de junio de 2010


Cobarde, me digo, cuando te veo,
pues del verso al beso hay un trecho;
te acorralo en palabras muertas,
en acentos que mientras duermes duermen contigo.

Si, como digo, cobardemente huyera, se vendrían conmigo,
subrayando con su tinta incriminatoria el camino tras mis pasos,
yo agarrándome las rimas sofocada en mitad de la carrera, la cola de la novia más imprecisa,
pero torpe como soy, algún poema se quedaría, seguro, perdido.

¡Qué absurda, la pasión con retardo que te dejas en los papeles, amigo,
pero dile, dile, que el momento es siempre ahora, el de besar sin contemplaciones!,
me dice quien en confianza tengo, cuando me desenredo la última estrofa del pelo
y la planto encima de la mesa, en medio de los vasos vacíos.

¡No ves, que se te va, resbalándose en el tiempo, como aquel poema enemigo
que escribiste en sueños el día que por vez primera le viste,
entre las deliciosas metáforas que sólo te florecen en primavera,
y para cuando cogiste la pluma, había desaparecido!

Si lo sé, me excuso, como siempre cobarde, expreso lo sentido
a sabiendas de que tengo la mano ágil y la palabra ahogada,
¡nunca llega a mi boca hasta mucho después de reclamarla!,
y al final, cuando al fin me atrevo, ya se ha ido.

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